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REINA DE LOBOS

Lobusterra, Siglo XV


Durante siglos, los lobos han sido sagrados en el país, y ningún humano ha podido herir o matar alguno, conforme a su ley magna.


El sur, deseoso de abolir esa ley y de usurpar la corona, amenaza al rey Teurón con un ataque a la capital.


Con una guerra cerniéndose sobre el país, Mary, una chica moderna del Siglo XXI, con tan mala suerte que todo el que la rodea sufre algún tipo de accidente, aparecerá junto al castillo del rey Teurón tras viajar en el tiempo.


La leyenda recoge en sus escritos que la Reina de lobos, Urkana, llegará algún día de un lugar muy lejano, aunque solo una persona conoce la verdad de lo que esconden las escrituras.


Un viaje en el tiempo, una misteriosa mujer, una ley que proteger, un rey amenazado, un pueblo al que defender y un país al borde de la guerra.


«A veces, nuestro verdadero hogar... no está donde creemos». 






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MAPA REINO DE LOBOS
03/03/2023


Lee el primer capítulo

Prólogo

Lobusterra, Siglo XV

Su Majestad, el rey Teurón, acariciaba la cabeza de su fiel compañero Leno en la torre más alta del castillo, con la vista perdida entre las gélidas colinas de la cordillera que bordeaba todo el norte del país. Desde allí podía contemplar aquel solemne espacio de tierra cubierto de frías nieves, vetado al hombre, y al que solo los lobos y ciertos animales podían acceder. Aquellas montañas habían sido testigo de desapariciones y de cuerpos que nunca se encontraron, arrebatando las vidas de incontables hombres que, desobedeciendo su precepto y el de reyes anteriores, hallaron allí el final de sus días. Hombres que nunca regresaron y que dejaron a numerosas viudas a cargo del reino. Por ello, la prohibición de adentrarse en ellas se había extendido, no solo a los ciudadanos de Reino de Lobos, el país que Teurón regentaba desde que fuera proclamado rey hacía ya varios años, sino también a cualquiera que los visitara.

Sus antepasados también previeron la magnitud y la importancia que entrañaban aquellas montañas, y mandaron erigir el castillo entre ellas y la ciudad. Solo así el ejército del rey podría garantizar la paz entre los humanos y el reino de los lobos.

Leno era uno de ellos, un hermoso ejemplar de pelo oscuro y ojos color ámbar, mitad lobo, mitad perro. Fue el propio rey quien lo encontró cuando apenas era un cachorro en el bosque de la zona norte de Lobusterra, y quien decidió ponerlo a salvo para evitar que acabara siendo devorado por otros lobos, convirtiéndose así en el primero de su especie en entrar al castillo. Con el paso de los años, y pese a la innata naturaleza salvaje del animal, Teurón consiguió ganarse su confianza y logró adiestrarlo, no sin dificultad.

Leno tenía lo mejor de ambos mundos, era un híbrido cuya obediencia y lealtad tan solo era para con su rey, pues solo este podía acariciarlo o acercarse a él sin temer a ser mordido o devorado. Llevar en su interior sangre de perro le permitía también la capacidad de reconocer a un enemigo a varios metros de distancia, algo muy útil para un rey. Su sangre de lobo, en cambio, era mucho más indómita y la que más gustaba a Teurón. Leno era capaz de despedazar a varios hombres con tan solo una pequeña orden de su rey, logrando así que su dominio sobre el animal fuese venerado por los súbditos de todo el reino.

Tras revisar que en el norte todo pareciera estar en calma, Teurón se giró en dirección al sureste. Leno se giró con él, y juntos contemplaron desde lo alto de la torre la ciudad de Lobusterra bajo sus pies. Flanqueada por el propio castillo por su parte noroeste y bañada por el mar por su lado este, Lobusterra era la capital más importante y poderosa de todo el continente. Acogía el mayor puerto del país, en donde atracaban barcos venidos de todo el mundo, atraídos por la calidad de sus reses y telares, cuya fama sobrepasaban fronteras.

Teurón contempló orgulloso su reino hasta donde le alcanzaba la vista. A lo lejos, más allá del puerto, se alzaban las dos islas que también le pertenecían: isla Kajum e isla Brosa. Ambas servían de guía y de abastecimiento, tras la decisión del rey de convertirlas en un punto de refuerzo. Antiguamente dedicadas única y exclusivamente a la agricultura, las islas ahora daban cobijo a marineros que la capital no podía acoger por la llegada de tan numerosos barcos.

Su decisión fue tomada a expensas de la corte, que no aprobó el cambio que él había decretado. Teurón solía escuchar la voz de sus hombres de confianza, hombres que él mismo había elegido para tenerlos a su lado, pero a los que desobedecía cuando él quería demostrar su preeminencia. El rey era el soberano, el único que impartía justicia y que afirmaba su autoridad mediante la práctica de su propio gobierno. Era un hombre con verdadero poder, respetado por sus súbditos y temido por sus enemigos.

Teurón se alzó con la corona a los dieciséis años tras el fallecimiento del antiguo monarca, su padre. Pese a su temprana edad, supo demostrar su valía y su gran carácter, y su reinado pronto fue reverenciado y admirado por todo el reino. Su apariencia montuosa y a veces salvaje, como hombre del norte que era, unida a su habilidad con la espada y su inconmensurable fuerza, apenas superada por los hombres de su propio ejército, no hizo más que aumentar su fama con el paso de los años. Más allá de los límites fronterizos, la gente había oído hablar de su capacidad para desmembrar un cuerpo sin apenas esfuerzo. Pero también habían escuchado historias acerca de su verdadera maestría para resolver conflictos. Teurón era capaz de doblegar al hombre más sedicioso o insubordinado que osara a enfrentarse a él con tan solo un gesto o una lóbrega mirada, algo que ningún monarca anterior a él había conseguido. Leno era igual de implacable que su rey, y la supremacía de ambos era temida y respetada por todos.

Antes del alba, el sonido de las ajetreadas calles de Lobusterra ahora era tan solo un apacible silencio, apenas roto por los primeros hombres que arribaban al puerto. Al rey le gustaba ser testigo a diario de cada comienzo. Aquella era su capital, y contemplarla desde lo alto de la torre, a este lado de los muros, era una vieja costumbre que había adquirido con el paso de los años.

Más allá de los bosques centrales, en dirección al sur y a varios días a caballo de distancia, se encontraban las dos últimas ciudades que conformaban el país: Pretor y Zabés. Desde su posición, Teurón no lograba verlas, pero imaginaba su despertar, como lo hacía la capital.

Pretor era conocida por la calidad de sus armas. Sus herreros utilizaban el mejor acero para forjar las mejores y más fuertes espadas, que buscaban compradores venidos de todas partes. Zabés, en cambio, era conocida por sus grandes y extensas plantaciones de trigo. Su tierra de buen drenaje y la agradable temperatura que solía tener a lo largo de todo el año, había convertido a la ciudad en la mayor abastecedora de trigo de todo el continente.

Ambas ciudades carecían de puerto, no tenían acceso al mar al encontrarse entre colinas, y los compradores, en una gran mayoría, se negaban a bajar hasta ellas. Por ello, cuanto se fabricaba o se producía en Pretor y Zabés se trasladaba por tierra hasta Lobusterra, donde los mercaderes se encargaban posteriormente de su venta. Pese al impuesto feudal que debían de pagar por atravesar ciertas tierras, a los herreros y campesinos del sur les merecía la pena llevar la mercancía hasta la capital, porque las ventas allí eran mucho más cuantiosas. Teurón, además, había logrado que los caminos hasta Lobusterra fuesen más seguros que en épocas anteriores, donde los bandidos asaltaban los carros y muchos no conseguían llegar a su destino.

El rey Teurón perdía la vista en el horizonte pensando en ello y en el triunfo que para él suponía su reinado. Pasaría a los anales de la historia, no solo por haber convertido a Reino de Lobos en un punto neurálgico, sino también por haber sabido mermar enfrentamientos gracias a su maestría y buen hacer, pues su reinado no había vivido guerra alguna ni derramado sangre de modo innecesario.

El aullido de un lobo procedente de las montañas al norte hizo que Leno se removiera y que Teurón recordara algo de suma importancia. De igual modo que habían hecho los reyes que le precedieron, él había logrado garantizar y preservar la ley más antigua del reino, una ley que se remontaba a siglos atrás, y que aún era venerada por todos: la soberanía de los lobos.

Reino de Lobos era el único país donde los lobos eran considerados animales sagrados. No había mayor delito que profanar a un lobo. Herir o matar a alguno se consideraba sacrilegio y el mayor perjurio a su ley magna, y estaba penado con la muerte. Los pocos hombres que se habían atrevido a quebrantarla habían perdido sus vidas a manos del propio rey o de su verdugo, bajo orden directa de aquel.

Fue precisamente esa ley, protegida y respaldada a lo largo de los siglos, la que llevó a la monarquía a levantar el castillo al norte del país. Solo así el reino estaría a salvo de los lobos, y los lobos estarían a salvo de los humanos.






García de Saura

Autora Novela Romántica





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