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LA CUADRILLA 1
Una original, divertida, emotiva y competitiva comedia romántica, dedicada a nuestros mayores, que te llegará al corazón

¿Qué harías si te dejaran una multimillonaria herencia a la que solo puedes optar resolviendo acertijos? ¿Y si para hacerte con ella debes, además, competir contra otro equipo? Nunca la rivalidad entre mujeres y hombres estuvo tan servida, pues solo uno de ellos podrá ganar la gran fortuna.

Gaby va en el equipo de las chicas. Las esperanzas de sus compañeras están puestas en ella y en su capacidad para dar con las respuestas. La victoria estaría más que garantizada, de no ser por Ulises, el nuevo y atractivo fisioterapeuta que ha entrado a formar parte de la cuadrilla de un modo un tanto… inusual. Su llegada provocará un auténtico revuelo en el Royal Suites, el lugar donde ambos trabajan. Su increíble físico, su descaro, y su más que probada inteligencia, lo convertirán en el irrefrenable deseo de Gaby, y en el gran enemigo a batir. 

Con dos equipos enfrentados, una andaluza sorda como una tapia, un madrileño más blanco que el merengue, un culé cascarrabias, una murciana más terca que una mula y nuestros protagonistas, las aventuras y desventuras de la cuadrilla te emocionarán, te harán reír a carcajadas, y sacarán tu lado más competitivo.

Y recuerda: puedes descifrar los acertijos de la bilogía, y si resuelves el enigma final, tras el lanzamiento del segundo volumen, podrás ganar un cheque de Amazon valorado en 100€. ¿Jugamos?

 

FICHA TÉCNICA:

Fecha de publicación: 1ª edición: 14/03/2021 (auto-publicada).
372 páginas
Idioma: Español
ISBN:979-8721706226
Presentación: Epub y papel
Colección: Comedia romántica








Lee el primer capítulo

CAPÍTULO 1

 

—¿Aún no han salido? —preguntó Carmen a Almudena mirando con impaciencia hacia la entrada de la capilla.

Ambas aguardaban sentadas en uno de los bancos, junto al resto de asistentes.

—Todavía no. Acabo de enviarle otro wasap a Gaby, pero no me ha contestado.

—Espero que consiga que lleguen a tiempo —apostilló removiéndose inquieta.

—Lo logrará, confía en ella —abogó Almudena.

—En Gaby sí. Es de esos cuatro de quienes no me fío ni un pelo.

Almudena sonrió. Su amiga estaba en lo cierto. Por separado podían llegar a ser personas normales, pero juntos, la cuadrilla, como todo el mundo los conocía, eran más peligrosos que un cirujano con hipo.

—Disculpe, está reservado —le informó Carmen a una pareja que se disponía a tomar asiento en el banco de delante. Ella y Almudena llevaban un buen rato custodiándolo para el resto del grupo—. Gracias.

—¿Crees que cumplirán su promesa? —cuestionó su amiga, observando de reojo cómo el matrimonio expulsado buscaba dónde sentarse.

—Deberían.

—Me muero por ver las caras que pondrán todos cuando los vean entrar —cuchicheó Almudena con sonrisa picarona.

Su comentario curvó los labios de Carmen. Ella, la valenciana y Gaby eran las únicas en estar al corriente de la promesa que los chicos le habían hecho a Damián semanas atrás, y tampoco quería perdérselo por nada del mundo. Aunque el reloj no entendía de citas, y seguía su curso sin detenerse, lo que lograba ponerla aún más nerviosa.

—¿Te ha contestado? —insistió nerviosa, refiriéndose de nuevo a Gaby.

Almudena negó con la cabeza tras volver a mirar el móvil.

—¿Quieres que la llame? —propuso para tranquilizarla.

Carmen se disponía a contestar cuando el cura, desde el altar, hizo su habitual carraspeo, seña característica en él de que iba a dar comienzo la ceremonia.

—No, déjalo. Mejor voy a ver qué demonios ocurre —anunció incorporándose sin opción a réplica.

Almudena resopló al verla abandonar la capilla. Conocía de sobra la necesidad de control de Carmen, algo a lo que ya estaba más que acostumbrada, pero no le hacía la menor gracia quedarse sola vigilando los bancos. ¡Menudo marrón! Además, ¿acaso no sabía que Gaby se bastaba sola y no necesitaba la ayuda de nadie para manejar a la cuadrilla?

Entretanto…

—¿Quieres hacer el favor, de una puñetera vez, de ponértelo? —bramó Poli con el tono de voz lo suficientemente bajo para no alertar a las habitaciones contiguas, aunque con la sobrada firmeza para hacer temblar un edificio. Ella, Nesita y Florentino, Flo para los amigos, llevaban más de media hora en el cuarto de Carles intentando que este se vistiera.

—Ponte como te dé la gana, pero no pienso hacerlo —respondió el catalán sin amedrentarse ante aquella imponente mujer.

—Chicos, venga o llegaremos tarde —les instó Gaby mediando, una vez más, entre ellos.

Había ido allí para echar una mano y, al encontrarse con el pastel, no le quedó más opción que unirse al resto para intentar convencerlo.

—¡Y será por su culpa, que lo sepas! —se quejó Poli.

—¡Qué bonito, ahora la culpa va a ser mía! —se defendió Carles.

—¡Anda! ¿Y de quién es si no? —cuestionó poniendo los brazos en jarras.

—Del gilipollas que tuvo la idea —masculló mirando con rabia a Flo, que se encontraba al otro lado del cuarto junto a Nesita sin poder ni querer ocultar la risita de su cara.

—Tienes que ponerte el traje, Carles. Ellos ya lo han hecho y solo faltas tú —argumentó Gaby, intentando por todos los medios apaciguar los ánimos y, de paso, controlar su fuerte carácter.

A sus treinta años, y pese a su imagen de mujer cándida que reflejaban su dulce rostro y sus cabellos rizados dorados, Gaby era capaz de enfrentarse a cualquiera sin amedrentarse. Era menuda, pero sabía cómo dar salida a su genio concentrado con letales respuestas y mortíferas miradas cuando se lo proponía, y Carles se lo estaba poniendo demasiado fácil.

—¡He dicho que no y es que no! Así que, podemos irnos cuando queráis, que yo no pongo reparos a eso —aclaró este sin la menor intención de ceder.

—Se trata de ir disfrazado, ¿recuerdas mentecato? —bramó Poli.

Gaby miró su reloj, y tras comprobar que tan solo faltaban tres minutos para la ceremonia, dio un paso hasta la cama, agarró el conjunto, que allí seguía estirado e impoluto, y se volvió hacia él.

—Carles, póntelo —le ordenó ofreciéndole, ni más ni menos, que la equipación del Real Madrid.

—¡Aparta eso de mí! —protestó retrocediendo un paso. Él era catalán de pura cepa y culé hasta la médula, y no iba a ponerse ese conjunto creado por el diablo que representaba lo que más odiaba y detestaba en el mundo—. ¡No pienso ponerme eso ni muerto!

—¿Qué dise? ¿Qué quiere ir de tuerto? ¿Y eso pa’ qué? —preguntó Nesita, apodada La Ferias, y no por ser andaluza o porque le gustara la fiesta más que a nadie, que también, sino porque fallaba más que una escopeta de feria; la pobre estaba sorda como una tapia y no daba una.

—Ha dicho muerto, Nesita, no tuerto —la corrigió Poli. Era su mejor amiga, y de las pocas personas que solía hacerlo.

—¡Ohú, por El Cautivo te lo pido, no mientes ruina delante mía! —espetó santiguándose la malagueña, que era muy dada a la superstición.

—Piqué, póntelo y deja de tocar los huevos —intervino Flo, recordando lo desviados y apretados que estaban los suyos por culpa de su disfraz de torero, traje que él mismo escogió para poder lucir su consagrada entrepierna.

—No soy yo quien los está tocando, precisamente —se defendió Carles volviendo a dedicarle su peor y más dura mirada a su amigo.

—¡Pero mira que eres cabezón! —gruñó Poli, harta de tanta tontería. No podía entender cómo los hombres podían llegar a ser tan infantiles con el tema del fútbol. ¡Para que luego dijeran de las mujeres!

—¿Yo? ¡Quién vino a hablar! —soltó Carles para chincharla.

—¿Queréis dejar de discutir? —medió Gaby alzando la voz, harta de su enésima disputa. Su abuela y él solían enzarzarse a la menor ocasión. Ninguno necesitaba un motivo especial para que ocurriera, con estar en la misma habitación era más que suficiente para liarla. Aunque, en ese instante, y sin que sirviera de precedente, la causa estaba más que justificada—. A ver, esto es muy sencillo —añadió colocándose de nuevo frente a Carles—…, habéis hecho una promesa y debéis cumplirla. Y, como verás, solo faltas tú. Así que haz el favor de ser un hombre como mandan los cánones y cúmplela como ha hecho el resto para que podamos salir de aquí, ¿vale?

—La hice porque me engañaron —se justificó.

—¿A ti? No me hagas reír —se mofó Poli, harta de tanta excusa.

—Piqué, póntelo —volvió a insistir Flo.

—¡Tú calla, cabrón, que eres el más culpable de todos!

—¿Yo? —se señaló riéndose.

Ambos sabían que estaba en lo cierto. El día que tocó concretar los disfraces Flo fue el encargado de adjudicarlos, y no dudó un instante en gastarle una jugarreta al catalán proponiendo que se vistiera de la equipación merengue. Para un madrileño no había más satisfacción que ver a un culé tragándose su orgullo vistiéndose de blanco.

—Déjalo —interrumpió Poli dirigiéndose a Flo—, es demasiado orgulloso para reconocer nada.

—Ya he dicho que no, ¿por qué insistís? —volvió a repetir Carles.

—¡No puedo con este hombre! ¡De verdad que no! —gritó Poli llegando al límite de su paciencia—. ¡Que hablamos de vestirnos, no de escalar el Himalaya, por el amor de Dios!

—¡Eso lo dices porque no eres tú quien debe ponérselo! —se defendió el catalán.

—¿Acaso no ves que nosotros sí lo hemos hecho? ¿O qué pasa, que el señorito es más que nadie y no puede disfrazarse porque se considera a sí mismo una divinidad y hacerlo una bajeza que no puede permitirse?

—¡Qué bien habla la hodía! —susurró Nesita. Eso lo había entendido a la primera.

«¡Esa es mi abuela!», pensó Gaby orgullosa.

—¡No se trata de eso, es algo mucho más importante! —se defendió Carles, pensando en su peña azulgrana, a la que iba cada semana cuando vivía en Barcelona, recordando cada foto enmarcada que engalanaba sus paredes, en las bufandas que colgaban con los colores de su equipo y, por supuesto, en la vitrina de las réplicas de las copas que los jugadores, de distintas generaciones, se habían ganado con el sudor de su frente dejándose la piel.

—¿Más importante que la promesa que le hicimos a Damián? ¿Lo dices en serio? —Poli no daba crédito a lo que oía.

—Déjalo. Eres mujer y no lo entenderías por mucho que te lo explicara.

—¿Qué has dicho? —ladró Poli llena de ira, incapaz de digerir, y mucho menos aceptar lo que acaba de oír.

Carles siempre se las ingeniaba para sacarla de sus casillas, la cabreaba como nadie, y disfrutaba con ello en el fondo.

—¡Oh, oh, esto huele a tragedia! —comentó por lo bajini Flo.

—¿Y tú pa’ qué quieres una media? Si ya llevas, y bien apretaítas, por sierto —se burló la andaluza desviando la vista hacia la entrepierna de su compañero.

—¿Te gusta, eh, pájara? —comentó picarón alzando las cejas. Lo de sacarla de su error no era necesario, y más cuando la Ferias andaba entretenida contemplando su zona favorita.

—¡Repítemelo a la cara si te atreves, anda! —arremetió de nuevo Poli colocándose frente a Carles. Estaba hecha una furia y no tardó en apartar a Gaby para llegar hasta él. La tensión que había entre ambos podía sentirse incluso filtrándose entre las paredes del cuarto.

—Abuela, cálmate, la tensión —le recordó Gaby cogiéndola del brazo para tirar de ella.

—Tomo pastillas, no te apures —le contestó zafándose de un manotazo sin apartar la vista de su contrincante.

—Hazle caso a tu nieta, no vaya a darte un parraque —se burló Carles para enfurecerla aún más.

Poli lo odiaba con todas sus fuerzas. Ella nunca quiso que entrara a formar parte del grupo, pero Damián se empeñó en que así fuera y convenció al resto para que votaran a su favor.

—¡No me gustas! —le escupió sin amedrentarse—. ¡Nunca lo has hecho, y nunca lo harás!

Carles no podía dejar de sonreír; no había nada en el mundo que le gustase más que provocarla. Conocía sus puntos débiles, y sabía cómo y cuándo pinchar en cada uno de ellos.

Harta de tanto enfrentamiento, de que el reloj siguiera imparable sin esperarlos, y con la firme intención de que la cuadrilla cumpliese su promesa, a la que moralmente estaban obligados, Gaby decidió sacar la última carta que le quedaba en la manga. Así pues, ante la atenta mirada de todos, y sin mediar palabra, logró apartar a su abuela e interponerse entre ambos.

—¿Puedes venir un momento? —le pidió a Carles con una tranquilidad pasmosa, flexionando el dedo índice con movimientos repetitivos hacia ella para que este se inclinara y llegase hasta su altura. Ella era menuda y el catalán muy alto, y no quería que nadie, a parte de él, escuchara lo que tenía que decirle.

Aun asombrado por el gesto y su osadía, el catalán respondió a su petición, momento que Gaby aprovechó para susurrarle algo al oído. En cuanto este asimiló las escuetas, pero significativas palabras que ella acababa de decirle, su rostro palideció. Toda la fuerza con la que había estado defendiendo su postura se fueron al traste en ese instante.

—«¿No te atreverás?» —cuestionó él únicamente con la mirada al volver a su posición inicial.

—«Ponme a prueba y verás» —aseguró la de ella con firmeza, la misma que utilizó para alzarle el dichoso traje de la discordia y estampárselo en el pecho.

Carles bufó ante la fuerza de aquella mojigata de ojos pardos, a la que adoraba y que, para desgracia suya, acababa de darle en la puñetera diana. Gaby era de las pocas personas con las que se llevaba bien y a la que no solía importunar más de lo necesario por puro entretenimiento como hacía con el resto. Ella lo sabía, y por ello el catalán se debatía entre estrangularla o entre darle las gracias por el detalle de que lo que acababa de decirle quedara solo entre ellos.

Tras bufar por tercera vez, y sabiéndose perdedor de la batalla, Carles exhaló una profunda bocanada de aire antes de coger la condenada prenda con la punta de los dedos con la misma cara de asco con la que se adentró en el baño. 

—¡Hombre, por fin! —gritó Nesita quien, llevada por la alegría, y tras dos simples palmadas, acabó dando un mini recital de palmeo con sus respectivos «¡ole!».

—¡Esa es mi Ferias! —la animó Flo, uniéndose a ella dedicándole un pase de torero con toda su chulería chulapa.

Mientras, en el otro lado del cuarto, Poli se moría por saber.

—¿Qué le has dicho? —le preguntó a su nieta. Esa información no solo satisfaría su curiosidad, sino que, con total probabilidad, le sería de gran utilidad en futuras ocasiones en enfrentamientos con el dichoso catalán.

—Lo siento, abuela; podría decírtelo, pero después tendría que matarte —se burló Gaby, regalándole una amplia sonrisa.

Poli rio al escucharla. No podía sentirse más orgullosa de su nieta. Ella y Esmeralda, junto con los dos hijos de esta, eran la única familia que le quedaba. Pero, en ese momento, y tras el enfrentamiento que acababa de vivir, su único pensamiento estaba en aquella misteriosa y valiosa información que Gaby poseía.

—¿No se lo vas a decir a tu abuelica que tanto te quiere? —le demandó endulzando la voz, poniéndole carita de niña buena, dispuesta a conseguirla a toda costa.

—No me vas a engatusar, abuela, así que, olvídalo.

Poli iba a replicar cuando Carmen, la trabajadora social, entró en la habitación con la respiración agitada.

—¿Se puede saber por qué no estáis ya en la capilla?

—¡Hombre, la jefa! —soltó Flo encaminándose hacia ella.

—Imagínatelo —gruñó Poli. Era pensar en el cizañero de Carles y se le agriaba el carácter.

—Jefa, ¿has visto qué bien me queda el traje? —le preguntó el madrileño a Carmen, estirándose cual paseíllo torero, con el único fin de que viese lo bien que le marcaba el paquete.

—Te queda genial —admitió ella sin dejar de vigilar su mano. No hizo comentario por falta de tiempo, pero le extrañó que no eligiera el disfraz de pulpo.

El mote de Flo era El Pulpo. Se lo puso Poli porque no dejaba de meter mano a todo el mundo. Era, con diferencia, el más sobón de toda la residencia. Flo aprovechaba cualquier excusa para tocarle el culo a la mujer que se le pusiera por delante. Era, como solían llamarlo las más beatas del complejo, un viejo verde. Cuanto más les fastidiaba, él más se lo hacía. Así con todas, incluso con Carmen, a la que consideraba su amor platónico por el mero hecho de que era el único culo que su palma aún no había probado.

—¡Pues venga, poneos las pilas, que Almudena nos espera! —les animó Carmen señalando hacia el pasillo.

—¿La has dejado de guardiana? —le cuestionó Gaby reprimiendo la risa.

—Claro. ¡A ver si no qué iba a hacer!

—¡Estará bonica! —se mofó al pensar en su amiga. Almudena, a sus cuarenta y dos años, era la más juerguista de las tres, y llevaba el marujeo en las venas, por lo que imaginaba la poca gracia que tuvo que haberle hecho perderse todo el sarao.

De pronto la puerta del baño se abrió, y Carles apareció tras ella más taciturno que nunca. Pocas veces lo habían visto de tan mala leche, lo que provocó las carcajadas de todos. Y más aún, cuando lo vieron caminar hacia ellos con los hombros levantados, los brazos abiertos, y las piernas separadas para que el traje le rozara lo menos posible.

—¡Y así nació The Walking Dead[1]! —se mofó Flo, ganándose la reprochadora mirada de su amigo y el aumento de las risas del resto.

—¡Ohú, quillo! ¿Qué has hesho ahí dentro que sales escoriao? —añadió Nesita descojonándose.

—¡Si os seguís riendo así, me encierro en el cuarto de baño y no me sacan ni los bomberos! —refunfuñó molesto, sobre todo al ver que la que más se reía era Poli.

—¡No, espera, no te metas aún! —soltó Flo sacándose el móvil de algún lugar recóndito del interior de su traje para echarle mil y una fotos—. Esto hay que inmortalizarlo, joder, que un culé vestío del Madrid no se ve todos los días.

—¡A tomar por culo, no voy a ningún lao! —bramó volviéndose para regresar al baño.

Pero Gaby y Carmen, sin necesidad de mediar palabra, se pusieron de acuerdo para agarrarlo por los brazos e impedir que lo hiciera.

—¡Corred, cerrad la puerta para que no pueda entrar! —gritó Gaby sacándolo junto a su amiga a rastras de la habitación.

—¡Os voy a denunciar por secuestro, que lo sepáis! —pataleó intentando zafarse sin éxito— ¡Esto no va quedar así…!

—Calla y camina, merengue —se burló Poli, que no podía dejar de reír, encargándose de cerrar el cuarto tras la salida de todos.

Y así, tras la escenita, la cuadrilla, compuesta por Nesita, disfrazada de flamenca; Flo, con su apretado y marcado traje de torero; Poli, con su uniforme de policía, y Carles, un culé como el que más, equipado del mismísimo Real Madrid, y flanqueado por la animadora sociocultural y la trabajadora social del Royal Suites, por fin se dirigía hacia la capilla para despedir y dar su último adiós a su viejo, y recién fallecido amigo… Damián.

 

 






García de Saura

Autora Novela Romántica





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